domingo, diciembre 14, 2008

Tres fragmentos de El libro de la almohada

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Poco después del vigésimo día del Noveno Mes

Poco después del vigésimo día del Noveno Mes, fui de peregrinación al Templo de Hase y pasé la noche en un alojamiento muy sencillo. Exhausta, de inmediato caí profundamente dormida.

Me desperté de noche, y la luz de la luna se filtraba por la ventana iluminando las ropas de cama de todas las personas en la habitación. Su claro brillo blanco me conmovió enormemente. Es en ocasiones como ésta cuando se escriben poemas.


Nubes

Me encantan las blancas, purpúreas y negras nubes, y las nubes de lluvia cuando las lleva el viento. Es encantador al amanecer ver las oscuras nubes que poco a poco se vuelven blancas. Creo que esto ha sido descrito en un poema chino que dice algo sobre "los tintes que se retiran al amanecer".

Es conmovedor ver pasar un tenue jirón de nube sobre la luna brillante.


Recuerdo una mañana clara

Recuerdo una mañana clara del Noveno Mes. Había llovido durante toda la noche. A pesar del sol, las gotas de rocío aún cubrían los crisantemos del jardín. En los cercos de bambú y las varas de los setos veía telarañas. A medida que sus hilos se quebraban, las gotas de lluvia quedaban colgando de ellos como perlas de un collar. Estaba conmovida y encantada.

Poco a poco, el rocío fue desapareciendo del trébol y de las otras plantas en las que tan pesadamente se había posado. Las ramas, más livianas, se agitaron casi imperceptiblemente y luego, de repente y con toda armonía, se alzaron.

Más tarde describí a los demás toda la belleza que había visto. Pero mi relato no causó ninguna impresión, y quedé desasosegada.


Sei Shonagon
El libro de la almohada
Traducción, prólogo y notas: Amalia Sato
Adriana Hidalgo, 2004.

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