miércoles, diciembre 21, 2011

Dos poemas de Alfonso D'Aquino

.
El cosmógrafo

...y esto, en cambio, sucede por una acentuación
del pensamiento...

G. M. Hopkins

Estaba viendo las estrellas la otra noche
y era como si estuviera viendo las estrellas otra noche
mentalmente me veía mirarlas
y también podía verme mirándome verlas

Me recuerdo mirando las estrellas me decía
y ya recordaba que otra vez las veía

Desde un vidrio me veo y en otro me reflejo
y miro que me miro
y también imagino que una estrella distinta
de pronto se refleja de este lado del libro

Y en cada vidrio que veo un reflejo distinto
de mí mismo se parte y me extravía...




(blue sapphire)


Piedra de las cuatro casas
cada una dentro de la otra a la distancia
en la perspectiva que se prolonga de un cuarto a otro
a lo largo de distintas ventanas

Una casa de tierra una casa lejana una casa de piedra
con el techo de cielo y una casa de aire suspendida en las ramas
o simplemente las distintas caras del azul
si la piedra se mueve o cambia la luz

La blanquísima casa entre las nubes
Xochicaltitla número cincuenta oculta en Coyoacán
el lugar donde abundan las flores
la casa llena de muchachas descalzas

En el callejón empedrado como un sueño
cada casa con su árbol y su loco encadenado
azul bajo cualquier luz
cada perro su fantasma como un hueso

Ya mi primer recuerdo fue verme viendo flores
una maceta de geranios enfrente de los ojos
la circulación de las formas en los reflejos del ventanal
la húmeda huella de unos pies en los mosaicos rojos

Vidrio nublado en el silencio añil
mientras en un rincón del jardín el trueno se cubría de gusanos
en el muro de la yerba santa
unas enormes manchas de humedad me llenaban de desasosiego

Prismas perfectos de una claridad que me ciega
la turbia y al mismo tiempo pura
intensidad de las luces interiores de la piedra
–como niebla azulosa tras un vidrio sin nadie

Frente a la opacidad de los cuerpos enfermos
la música como una forma casi tangible de la felicidad
el jardín con todos sus encantos abiertos y velados
y los libros siempre tantos iluminados y secretos

En su cuarto en penumbra al mediodía
me veo leerle a Pita moribunda
ininteligibles fragmentos del Inferno
que ella en su lúcida somnolencia escuchaba en silencio

Signos producidos por el tacto que recorre la piedra
audibles signos toco sus colores internos
sordas notas huecas la pureza del rojo la profundidad del verde
terciopelo del tacto enamorado de una gema

Hay una casa alojada en mi cabeza
hay una casa a la que sólo vuelvo en sueños
hay una casa a la que nunca he vuelto en sueños
hay una casa de la que no he salido

Carretera Federal a Cuernavaca seis cero seis cero
en el jardín abandonado el liquidámbar siempre verde
lo regué durante trece años cada día
porque entre sus raíces crecía un muerto

Sombras en los vidrios de Tlalpan a mi paso
sombras en San Fernando y sus calles cubiertas de flores de jacaranda
sombras sin principio ni fin dando vuelta en las esquinas de mi mente
sombras por flores en el mercado de las flores

Y gatos infinidad de gatos en los árboles y las escaleras
abejas y tortugas y aquel ave de azoro que soltamos
y una perra tras otra
y varios otros animales bajo tierra

La imaginaba pintada de un azul tan tenue
que en las tardes se confundiera con el color del cielo
lluvia hasta dentro de los libros de la ropa y de los huesos
y por momentos azulosa simplemente desapareciera

Ácida lucidez de mi letrada soledad
iba gestando entre las húmedas paredes y los vidrios ardientes
debajo de las piedras y los forros amarillos
un hongo negro

El azul se descubre por sí solo
como la estrella que oculta el cuerpo fragmentado y repartido
una parte en cada pieza de la casa
y una parte que siempre está perdida

Paso un dedo por la pulida superficie de la piedra
y no puedo dejar de sentir que me acaricia
como una carne tibia con todas las tonalidades del azul
la tersura de su tacto sube por mi mano sin prisa

Y entre las huellas de mis dedos y la piel del cristal
despierta otro sentido
como la música silenciosa que brota de mi mano
al contacto de este fragmento de cuerpo azul endrino

Cesó la lluvia brilla el aire
si no fuera imposible hablar de la divina claridad de la casa de espejos
que al menos mis palabras transparenten
esta tinta inconcebible que corre por mis dedos

Líneas de interferencia cristalina
muestran cada vez una estrella distinta
plaque tournante de las otras casas vividas
series de corredores escaleras tejados y vitrinas

Aquí en los Montes aprendí finalmente a deletrear los astros
a palpar la mínima distancia entre una cara y sus reflejos
en el bosque de niebla los árboles se esfuman en el aire
y a dejar de saludar al fin aun a aquellos que conocí de lejos

Frente al cuarto vacío
el fondo de la alberca se ha cubierto de hojas de encino
y en sus paredes deslavadas crecen inquietantes manchas
como si todo hablara de la extinción del bosque en cada signo

Acechante pupila montada en oro viejo verdecido
intensamente azul genciana sigue desde la mesa mis gestos y sigilos
entre copas vacías y espirales de polvo
imagen previa de la luz en los otros sentidos

Cuerpo de gloria desmembrado en gemas
a partir del mínimo fragmento me deja vislumbrar
desde el centro de la asteria que me guía
hacia adentro de la piedra todo el cuerpo repartido

Hay una casa que desaloja mi cabeza
hay otra casa a la que nunca he vuelto en sueños
hay otra casa a la que aún no he entrado
hay otra casa de la que nunca habré salido

Constelación de objetos a la espera
de la oscuridad en la que se despojarán de su apariencia
y ya sólo el tacto quedará para reconocerlos
las huellas aptas para tocar la música de las piedras

A través del ventanal me veo desde el jardín
reflejado en las ventanas de mis ojos entrar en otra casa
profunda y luminosa como son las casas en los sueños
donde siempre se abre inesperadamente un cuarto nuevo

Y en la huella que se desvanecía sobre el mosaico rojo
me vi dejar la merada huella de mis labios en el sueño
y al fondo de la gema brillar en el reflejo de mi frente
como un volcán diminuto otro triángulo luminoso

El lento movimiento circular del dedo en el zafiro
expande la sensación del roce hasta las circunvoluciones de mi cerebro
y cada giro me acerca al mismo tiempo que enerva cada surco
al punto iluminado que se desprende de mi mano más allá de mí mismo


Ven... entra... ven... no hay nadie dentro...
entra... y no habrá nadie...




Alfonso D'Aquino
Astro labio
Libros Magenta, 2011.

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