sábado, abril 21, 2012

Cinco poemas de Olvido García Valdés

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El pez asoma y escucho la pregunta
por si duele vivir. Si pesa
una pena tanto
como otra pena, si arrastrar los pies
durante un día requiere la misma resistencia
que otro arrastrar de pies. Porque han vuelto
estos grumos, estos gusanos
pura luz de tan verdes, tan violentos
y dulces, y la brisa riza el agua
ahora que sube la marea.



qué largo el tiempo
para la niña que peina a su hermana
mientras la madre hace
la cena de fin de año; luego
ella misma se lava los cabellos
y su hermana la peina; casi
como si fuera su nochevieja primera
todo va muy despacio y pide
con uvas los deseos



Halcón, halcón, qué sabes, dime,
de la afilada ternura que se aleja, adónde
va. Viene de dónde este cerrarse
del pulso intransigente. Cielo
y tierra rasos, como objeto tuyo
me miras, cernido y alto, culebrilla
de agua la que casi es de arena. Desde
los eucaliptos vienes, desde el silbo
transparente de febrero que te llama
y yo, dime, me he ido dónde.



La turquesa persa en un dedo corazón
de campesino; vi la mano, el aire
de trabajar duro que algunos artistas
tienen; de sol a sol tocar el rubat, escribir
un poema. Eran músicos, salían a la calle
delante de nosotros, hablaban y reían,
sólo en su mano el anillo turquesa, de noche,
salían a la calle en Madrid como quien sale
al mundo, a la carretera estrecha por la que alguien
pasará hacia el pueblo; tangentes el ojo y el anillo,
la curva del ojo y la curva del anillo, deseé
ir tras ellos; no me veían, si me miraran
tampoco me verían, campesinos
de mi niñez que produjeran
exquisita, melancólica música; ir tras ellos
a un mundo cálido, al frío de la noche.



A veces falta cierta ordenada
manera. Si se ignora en qué sentido
giran las agujas, se abre abrupto el hueco,
sume los ojos el caracol.
Si, en cambio, se lee que la artista —Agnes Martin— en sus cincuenta últimos años no miraba la prensa, o que el artista —Anselm Kiefer—construyó siete torres, siete altos palacios celestiales y grises moldeados en cemento, erizados de hierro y lastrados con plomo —para que puedan al inclinarse temblar—en una inmensa factoría abandonada,
uno respira esa
burbuja calma o aire
o luz del cielo.



Olvido García Valdés
Y todos estábamos vivos
Tusquets, 2006.

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