viernes, agosto 07, 2015

Dos poemas de Antonio Cisneros


Réquiem

Sea este cordero a la norteña
alegre y abundante
como los bares el viernes por la noche.

Siempre esté con nosotros, es decir
en nuestro corazón
pero también en nuestro calmo vientre.

Compasivo y sabroso sepa ser
en el lecho de muerte,
donde cesan la gula y la memoria.

Sea el cordero
símbolo y consuelo. Agnus Dei.

Sea eterno el cordero
con sus papas doradas partidas en mitad.

Mas no se tenga
por cosa de comer o digerir.

Sea sólo un farol, una bengala
en medio de los fondos submarinos.

Algo en la mano para esa travesía
tan oscura y feroz como un mandril.



Una vieja serie de televisión

Si mi hija mayor ordeñara una vaca
y mi hija pequeña ordeñara una cabra
habría leche fresca y fino requesón
todos los días.

Si mi mujer horneara pasteles de maíz
y calabaza y yo cortara leña
en el bosque vecino tendríamos comida
y un buen sol
contra el invierno
que hiela las colinas.

Seríamos felices correteando
detrás de las ovejas remedando
el canto del tordillo
y el zorzal felices celebrando
los sembríos azules
y el salto del salmón.

Si así fueran las cosas mi familia
sería otra familia:
ni más ni menos que la familia Ingalls
y mi casa sería la casita
en la verde pradera.

Y no habría más muertos que los muertos
por dolor de costado
por vejez
o por las pestes
que nos envía Dios.



Antonio Cisneros
Las inmensas preguntas celestes
Visor, 1992.

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